A lo largo de la historia han sido muchos los bienes, materiales o inmateriales, que han resultado cruciales para el desarrollo de la sociedad. El fuego, por ejemplo, era un bien de vida o muerte para muchas civilizaciones prehistóricas.
El fuego en sí mismo se puede encontrar de forma natural en tu entono, por lo que si tienes suerte puedes intentar hacer una hoguera en un lugar cerrado y procurar conservarlo el mayor tiempo posible. Este factor de suerte y conservación salvó e hizo más fácil la vida de millones de homínidos hace miles de años; no obstante, el verdadero revulsivo para aquella sociedad primitiva no fue la habilidad para conservar el fuego, sino la capacidad para crearlo.
La sal, que ahora la vemos generalmente reducida a un mero condimento, en la antigüedad era un método esencial de conservación de alimentos que supuso un gran avance para las civilizaciones antiguas. Sin embargo, al igual que con el fuego, la sal en sí misma no es más que pequeños cristales si no sabes qué hacer con ellos.
Primeramente, tienes que descubrir sus propiedades una vez te has topado con ella en la naturaleza y seguido, y más importante, tienes que averiguar cómo producirla a conveniencia. Y es que sin información la sal es sal y el fuego sigue siendo fuego, pero no sabríamos usarlos para nuestro propio progreso.
La importancia de la información a lo largo de la historia
El ser humano poco a poco se ha ido dado cuenta de la importancia de lo datos y la manipulación de estos. Aunque fuera con intenciones partidistas, cronistas y diplomáticos fueron los primeros en dominar la manipulación de la información para crear relatos y narrativas. De ahí la frase “La historia la escriben los ganadores”. No en vano, la información y el acceso de determinados grupos demográficos a la misma se ha venido utilizando como arma política durante siglos.
La infame “leyenda negra” que posiciona a los españoles como despiadados colonizadores del nuevo mundo es un ejercicio claro de uso arbitrario y sesgado de los datos y la crónica como herramientas de crispación y debilitación de un imperio como el español por parte de otras potencias aspirantes como Francia o Países Bajos.
La industrialización que trajo consigo el Siglo XIX dio lugar a la deconstrucción de los conceptos generales de nuestro entorno para la construcción de máquinas capaces de plasmarlos de manera eficaz. Así pues, el concepto transporte normalmente ligado a un carro tirado por caballos dio lugar a la creación del automóvil.
Núcleo conversor del progreso
La información se convirtió en un núcleo conversor del progreso. En cambio, no fue hasta el siglo XX cuando la información empezó a globalizarse de manera acordada. Y es que durante el pasado siglo se llevó a cabo un importante proceso de estandarización a nivel multisectorial. Se acordó, por ejemplo, cuanto debía medir una mesa de alto o cómo de ancho debería ser el escalón de una escalera. Pequeños aspectos que han logrado agilizar la producción, dinamizar la comercialización y mejorar la calidad de vida de miles de millones de personas.
La información, los datos y la investigación, por tanto, han sido vitales durante toda nuestra existencia. Independientemente de que la búsqueda o percepción de esa información haya sido intencionada o accidental, lo cierto es que los grandes cambios de nuestra historia se basan en un proceso intelectual más o menos complejo. Ya sea por la aplicación concienzuda del método científico o por saber aprovechar una simple carambola del destino.
La información es poder. Afortunadamente el acceso a esta que estaba limitado a unas pocas élites políticas, económicas e intelectuales, ahora se ha democratizado. Quizás por ello han proliferado de manera masiva la creación de tutoriales, guías y otros contenidos en línea que llevan la información como bandera.
Dándole a la información el valor que merece
Ahora, en pleno Siglo XXI parece que hemos dado a la información el valor que se merece. Esta nueva era que estamos viviendo y que hemos bautizado como la “sociedad de la información” ha entendido que toda acción y todo dato tiene un enorme valor por sí mismo. Un “me gusta” en Instagram, un “retweet” en Twitter o un “like” en Youtube no son clics aislados ni anecdóticos, son métricas valiosas que pueden indicar factores tan importantes como la popularidad o la influencia de un determinado tipo de contenido.
La industria del juego, por ejemplo, es uno de los sectores donde más se ha notado los efectos de un consumidor bien informado. Haciendo clic aquí se puede observar cómo han surgido sitios web repletos de datos relevantes para los jugadores sin tener que recurrir a pronosticadores u otros profesionales del sector.
La relevancia de estos datos la saben bien los gobiernos y las grandes empresas, hasta el punto de generarse una coyuntura de enfrentamiento entre ambos. Al fin y al cabo, el uso ético de los datos de los individuos de los que hacen uso los segundos debe ser regulado por los primeros.
Es por ello por lo que el reto más importante de este siglo será el de conciliar los derechos individuales de cada ciudadano con el uso adecuado de los datos en pos del progreso colectivo.